Como un iceberg

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¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte -dijo el gato - si caminas lo bastante.
Tu solías ser la reina de los mares;
yo, tan sólo un triste aldeano.
Reemplazados nuestros viejos avatares,
la nada absorbió el verano.

En un oscuro vacío flotamos
cumpliendo una larga condena,
como un iceberg atrapado.

Sin sentido ni destino entramos
en aguas de lágrima y pena:
el océano congelado.

La distancia más larga entre dos lugares,
dice un sabio veterano,
es el tiempo, no los paisajes glaciares;
o si quiera algún germano.
Me gustaría mirar todo de lejos, pero contigo.
Es tu hielo el que me quema
y me derrito con tu olor,
yo sólo quiero quedarme
donde pueda oír tu voz.

Encerraditos
viendo las gentes pasar,
mirando por la ventana,
el invierno en la ciudad.

Mala suerte

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El más trece de los martes fue, sin duda alguna, el día que te encontré. No puedo recordar muy bien cómo fue, ni siquiera lo vi venir. Yo había decidido vivir en un único sentido, sin detenerme, sin mirar atrás. Y en un alarde de desobediencia, olvidé los consejos de un triste y maltrecho corazón.
Me giré y allí estabas tú.
Sola. Sonriente.
Asaltándome con la mirada.

Como un capricho de la diosa Fortuna, que aún no había terminado conmigo, una leve melodía invadió la terraza, agarraditos bailamos una dulce introducción al caos.

¿Cómo quieres que escriba una canción?
Si a tu lado he perdido la ambición
Arriba, en el tejado, un gato negro observaba atentamente. Juntos, olvidamos el mundo, inventamos uno nuevo, uno mejor. Eramos felices sí, pero nada era real. Vivíamos en un sueño, sabiendo que pronto se haría pedazos igual que un espejo maltratado por los años.
Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas,
se paró el aguacero ahora somos flotando dos gotas.
Agarrado un momento a la cola del viento me siento mejor,
me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor.
Volar, volar.
Y salimos volando por las calles de Madrid, invadiéndola lentamente. Juntos extendimos nuestro sueño allá donde pisamos. Y mientras devorábamos la ciudad, un ardiente vestido rojo me recordaba que todo tiene un final. Tarde o temprano la suerte reclamará lo que es suyo y tu te irás.
Ya no queda nada de ayer porque el viento se lo llevó
El azar me dio todo lo que, probablemente, no merecí.
Nunca aprecié tanto ser un desdichado.