Permutaciones

Realmente no sabría decir cómo empezó todo, siempre me ha resultado muy difícil definir los comienzos. Quiero decir, ¿cómo distingues cuándo algo empieza? ¿cómo defines el momento tan efímero en el que algo que no era ahora es? ¿cuánto dura realmente ese momento? Es curioso que un fenómeno tan extraordinaro como es una creación suceda en la trillonésima parte de un segundo. ¿En qué cabeza cabe? En la mía no.

Quizá porque soy ingeniero siempre he intentado cuadricular las cosas. Quizá porque siempre cuadriculo todo me he convertido en ingeniero. Quién sabe. Toda la vida he buscado un por qué, una razón para todo y, según pasan los años y se quedan las canas, vas asimilando que la respuesta siempre la dieron las madres: porque sí. ¿Duele verdad? Esa respuesta chirría en mi cabeza. Ya no sólo soy ingeniero, soy persona y tengo esa curiosidad malsana digna de cualquier ser humano. ¿Qué es un principio? ¿Dónde está el principio de todo?

Entonces creces y aprendes a vivir el momento, olvidándote de pensar. ¿Sencillo no? Es la forma más perfecta de solucionar un problema que no tiene solución. Ignóralo. Es brillante. Adiós a los problemas existenciales irresolubles y a todos los dolores de cabeza que conllevan. ¿Quién necesita una verdad absoluta y cuadriculada? Quizá si no la vemos es porque no existe o, peor aún, nunca podremos alcanzarla. ¿Quién necesita saber por qué? Yo.

Un día cualquiera, indeterminado, sin comienzo definido se me ocurrió que la verdad no tiene que ser inherente al mundo. Igual no se encuentra en leyes físicas o razonamientos lógicos, puede que se encuentre en las personas, sólo tenía que profundizar lo suficiente. Y así, contento, inicié una nueva búsqueda de razones entre aquellos que me rodeaban. No pensé que sería mucho más sencillo estudiar el universo que a las personas. Descubrí un nuevo orden de complejidad, una buena señal si quieres encontrar algo como lo que yo estaba buscando.

Tengo que decir que, tras mucho tiempo de estudio, encontré personas más interesantes que otras. Algunas se preocupan sólo de sí mismas. Otras, sin embargo, viven en un constante conflicto con la moralidad que impone su sociedad. Son estas últimas las que consideré más interesantes puesto que, si existe una verdad, después de todo, espero que sea optimista y merezca la pena. Es curioso comprobar como todo el mundo se esconde bajo dos máscaras. Una les protege del exterior, la otra de sí mismos. ¿Cómo distinguir entonces la máscara de la verdadera piel?

Otra vez nadaba en aguas turbulentas. No es sencillo definir a una persona, cuanto más te implicas, más te olvidas de que existen dos grupos. Aquellos que sólo piensan en sí mismos también tienen su propia máscara, mucho más sofisticada. Son lobos con piel de carnero y, tras varios mordiscos, uno aprende a ponerse la máscara de lobo y pasearse con la manada en busca de un compañero que merezca la pena.

Es cuestión de tiempo que aparezca un sujeto digno de estudio. En mi caso tardó unos años, pero cuando la conocí pensé en su indudable condición de carnero. Tras mucho divagar me di cuenta de que el proceso de descubrimiento en humanos implica un no deseado pero inevitable vínculo entre ambos. Aquí es cuando más se aprende. Sin embargo, y aunque me costó aceptarlo resultó que mi cobaya no era un carnero. Ni mucho menos. Yo diría que más bien era una especie de hiena. Aún de lejos se oía su risa y yo, sin embargo, no quise darme cuenta.

Inevitablemente acabé volviendo al punto de partida. Esta vez las cicatrices avivaron la necesidad de perfeccionar mi máscara. Si quería infiltrarme entre las bestias tenía que ser una de ellas. No sé el motivo y, probablemente, nunca llegaré saberlo. Quizá ni ella lo sepa, pero al poco tiempo de estrenar mi flamante disfraz de bestia apareció mi bella. Supongo que es muy sencillo escribir y pensar, quejarse y llorar. Aunque seguramente sin todo ello no habría podido llegar a escribir y ser feliz. Después de todo, somos un principio y un final pero, sobre todo, el orden en el que nos suceden las cosas.