Cuando la magia desaparece

Cuando somos pequeños todo es mágico. Añoro aquellos años en que los exámenes no existían, en los que nuestra máxima preocupación era aprendernos diez animales del bosque. Nuestra inocencia nos llevaba a creer en seres sobrenaturales que nos atormentaban en la oscuridad cada noche, aunque disfrutábamos contando nuestras "vivencias" al día siguiente. Era la época perfecta, sin más obligación que el derecho a divertirse.
Sin embargo, todo está sometido al cambio, y crecimos. Descubrimos el mundo tal y cómo es. Los reyes magos no eran más que una mera ilusión. Un secreto a voces que ya sabíamos pero no nos atrevíamos a creer. La magia ya había desaparecido, y no iba a volver.

Actualmente aún conservamos esa magia, ese deseo utópico del mundo fantástico donde el bien acaba con el mal, donde la tristeza no existe ni en los sueños. Cada vez que conocemos a alguien esa magia aparece, vives en la ensoñación de creer a una persona perfecta. Y de repente despiertas de aquel sueño y contemplas de nuevo la cruda realidad. El mal es capaz de apoderarse de todo y todos, la frustración y el desengaño se apoderan de ti, que ves el horizonte nublado, que no sabes donde apoyar el pie en cada paso. Desconfías de todo pero ya da igual, sólo te queda la resignación, el aceptar que la imperfección impera en este mundo de locos dominado por la injusticia y la desigualdad.

Sí, añoro aquellos años de inocencia en los que la imaginación y la fantasía inundaban el mundo, un mundo perfecto en el que todo parecía tener solución, donde el bien es algo más que una simple quimera. Lo mas difícil de lo que llamamos madurar no es, ni mucho menos, la libertad que se nos otorga, sino la responsabilidad que ella conlleva y que implica un análisis crítico de aquello que, nos guste o no, forma la verdadera realidad.